Los temores subconscientes del ser humano se cuentan por cientos: las alturas, las arañas, la oscuridad… y en el caso de los redactores, la hoja en blanco. Sí, has leído bien: ¡el vacío de una hoja en blanco es gasolina para las pesadillas de todo redactor!
Tal vez tú también hayas pasado por esa situación alguna vez: te sientas delante del documento para escribir una pieza y entonces comienzas a preguntarte… ¿Cómo empiezo? ¿Qué tono uso? ¿Qué título pongo? ¿Cómo lo estructuro? ¿De qué quiero hablar? Después de darle vueltas y vueltas un buen rato te lanzas a escribir y ¡horror! No te gusta nada de lo que estás poniendo, así lo borras y vuelves a empezar unas doscientas veces. Entre tanto buscas inspiración en Internet, pero la inspiración te hace la cobra. Cuando por fin has escrito un buen párrafo te das cuenta de que no llegas al mínimo de palabras requerido por el cliente y empiezan a entrarte los sudores fríos, decides cambiar la estructura del texto otras doscientas veces, y al final acabas con el pelo blanco y preguntándote por qué no estudiaste abogacía como quería tu padre.
Pues sí, ¡este es el panorama al que nos enfrentamos los redactores todos los días! Por suerte la experiencia también nos enseña algunos trucos para que vencer a esa dichosa hoja en blanco sea más fácil, y en Nuntium estamos encantados de compartirlos contigo. Así que si quieres descubrirlos, ¡sigue leyendo!
¿Cómo enfrentarse a una hoja en blanco?
Lo primero es armarte de paciencia: ten en cuenta que un texto de calidad no se escribe en cinco minutos, ¡tienes que darle amor! Así que respira hondo, abre el documento en blanco y sigue estos consejos:
- Busca información: antes de comenzar a escribir sobre cualquier tema lo mejor es que busques información sobre la materia de fuentes fiables (recuerda: ¡nada de Wikipedia!) Así sabrás de qué vas a hablar y qué aspectos son más importantes y van más acorde con el texto que deseas conseguir.
- Haz un esquema: una vez tengas la información, escribe en la hoja en blanco un pequeño esquema de las partes que va a tener el texto y los puntos que vas a tratar en cada una. Así ya sabrás sobre qué vas a escribir. Apunta también si te han dado una extensión mínima o máxima de palabras para poder controlarlas, así como las keywords más importantes.
- Decide qué tono vas a emplear: para no tener varios tonos en un mismo texto lo mejor es que elijas desde el principio la forma en vas a expresarte. Si estás escribiendo para un cliente lo mejor es adaptarse a su tono corporativo.
- Deja el título para lo último: a no ser que te hayan dado el título del texto ¡lo mejor es dejarlo para el final! Una vez hayas escrito toda la pieza sabrás cómo es, y por lo tanto, qué aspectos debe resaltar el título, en qué debe hacer hincapié, qué tono debe tener…
- Deja la introducción para el final: la introducción debe ser lo último que escribas antes del título por las mismas razones. Piénsalo: ¡no puedes escribir una introducción a un texto que aún no existe porque no sabes de lo que habla!
- Comienza a escribir directamente el cuerpo del texto: vuelca toda la información útil que has buscado en el cuerpo de tu texto adaptándolo a la forma que deseas y clasificándola según los puntos que han añadido en el esquema. Verás que es mucho más sencillo y rápido hacerlo de esta forma que lanzarse a escribir sin tener un esqueleto previo.
- Relee el documento y retócalo: una vez tengas el cuerpo del texto escrito ¡es hora de releerlo y mejorarlo! Comprueba si la estructura tiene sentido, si la información está bien conectada, si las frases son claras…
Una vez tengas el grueso del texto redactado ya puedes escribir una introducción con gancho. Así podrás jugar con su longitud para no pasarte del máximo de palabras que necesites, pero también alargarla para llegar al mínimo si lo necesitas, y resumir los puntos más importantes que siguen. Por último añade un título que impacte y… ¡ya tienes tu pieza acabada! Así habrás vencido a la hoja en blanco que tanto te atormenta y poco a poco ¡le perderás el miedo!
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